Hace un siglo no había ordenadores, menos aún una tableta. Tampoco se sabía lo que era un chip o la memoria RAM, pero Leonardo Torres Quevedo, ingeniero de caminos y matemático español, creó la primera máquina capaz de dar jaque mate a cualquier humano que le pusieran enfrente. Antes, solo había logrado una proeza semejante El Turco, un autómata exhibido por Europa y Estados Unidos que llegó a derrotar a Napoleón. La diferencia entre el genio y el tramposo es que la máquina pensante construida por Wolfgang von Kempelen en 1769 escondía en su interior a un enano que jugaba como un gigante. Lo mismo puede decirse del Ajeeb, otro muñeco de barraca de feria, obra de un ebanista estadounidense, en cuyo interior se escondieron maestros de la talla del estadounidense Pillsbury, uno de los mejores de su época. (Este artículo fue publicado en el ABC de papel el pasado jueves, 1 de noviembre).
El Ajedrecista de Torres Quevedo era un ingenio asombroso capaz de realizar sobre el tablero los movimientos «pensados», primero gracias a unos brazos mecánicos y más tarde, en una versión 2.0, por medio de imanes. Es curioso, porque ahora nos llamaría más la atención la primera solución. La máquina no era capaz de jugar una partida completa, pero sabía dar jaque mate con rey y torre contra rey, un final que cualquier aficionado debería aprender a dominar, si bien constituía toda una proeza en manos de un organismo inerte.
El padre de Deep Blue
Por supuesto, aquel embrión de Deep Blue tenía carencias. El mate que ejecutaba de forma infalible no siempre conducía a la muerte del monarca contrario por el camino más corto o elegante. Lo que importa es que puede presumir de ser el primer robot de ajedrez de la historia. Hoy abundan los programas informáticos que por apenas 40 euros son capaces de derrotar a un gran maestro en un ordenador corriente. No hace falta recurrir a gigantescas computadoras como Deep Blue, que hace 15 años acabó con el reinado humano al vencer a Garry Kasparov, entonces campeón del mundo. El monstruo de IBM era capaz de calcular millones de posiciones por segundo. El Ajedrecista de Torres Quevedo, más modesto, se contentaba con elegir un movimiento y trasladarlo al tablero.
Pero la carrera de Leonardo Torres Quevedo va mucho más allá de su máquina de ajedrez. Fue la segunda persona capaz de demostrar el control remoto inalámbrico, solo superado por el célebre inventor austrohúngaro Nikola Tesla. También construyó aeronaves que llegaron a ser utilizadas por franceses y británicos durante la Primera Guerra Mundial -su mayor aportación fue mejorar la seguridad de los dirigibles- y sus diseños de teleféricos, el primero de los cuales instaló en su pueblo natal, fueron empleados en todo el mundo. Probablemente el más famoso sea el «Transbordador aéreo español del Niágara», de casi 600 metros de longitud, que un siglo después sigue siendo una atracción turística en las fronterizas cataratas. Asimismo, fabricó un ingenioso antecedente de los punteros láser.
Sus mayores logros, sin embargo, se produjeron en el campo de la automatización. Sus robots, como El Ajedrecista, llamaron la atención en todo el mundo y fueron admirados en las principales sociedades científicas. Todavía en el siglo XIX, Torres Quevedo construyó varios dispositivos mecánicos que resolvían ecuaciones algebraicas. En 1920 creó su aritmómetro electromecánico, una especie de calculadora unida a una máquina de escribir. El «usuario» -mucho antes de que se empleara el término- introducía la fórmula deseada, como 37x52, por ejemplo, y la máquina escribía directamente la respuesta, 1.924, con tinta de la de verdad, nada electrónica. En la Academia de Ciencias de París presentó el Telekino, un robot que obedecía órdenes a distancia, transmitidas mediante ondas hertzianas.
Referencia: abc
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